La creación de una AFP estatal es una idea que estuvo presente, de una u otra forma, en ocho de las nueve candidaturas que ayer disputaron la Presidencia de la República, prueba innegable de que es una idea que resulta al menos atractiva para gran parte de la clase política a la hora enfrentar los problemas del sistema de pensiones. En términos generales, éstos se refieren a que las pensiones resultarían menores de lo que muchos esperaban; y a la baja sensibilidad de los cotizantes a las comisiones de las administradoras.
Diario Financiero |
El primero de estos problemas es el más importante y solucionarlo exige indagar en sus causas reales. De acuerdo con un estudio realizado por Dictuc, de los actuales pensionados por vejez que cotizaron más de un año, las mujeres alcanzan apenas los 15,7 años de cotización, mientras los hombres, 19,8. Si comparamos estos números con la expectativa de vida al momento de la jubilación, de 24,7 años para mujeres y 17,3 para hombres, resulta claro que el principal problema del sistema es la baja densidad de cotizaciones –y por lo tanto el mercado laboral-, lo que sumado a una cotización del 10%, pensada con una menor expectativa de vida; bajas tasas de interés y salarios reales crecientes, naturalmente constituye una combinación perjudicial para las tasas de reemplazo.
Sin embargo, resulta evidente que la creación de una AFP estatal en ningún caso resuelve estos problemas y dista de ser la panacea que algunos prometen; más aun, puede contener la semilla del fin del exitoso -aunque perfectible- sistema de capitalización individual, lo que inevitablemente ocurriría si la nueva AFP estatal no estuviese sujeta a los criterios de rentabilidad que hoy se le exigen al Banco del Estado y se le subsidiara fuertemente, quebrando sistemáticamente al resto de los competidores privados que no recibirían estas onerosas transferencias.
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